Podemos aprender muchísimo de los grandes pintores.
Los holandeses del siglo XVII son toda una referencia para mí, pues ofrecen una visión muy personal de los paisajes. No es tan fiel como en principio se puede pensar, sino que selecciona y reforma la naturaleza y el medio humano para representarlos de modo ejemplar y mejorado.
El pintor salía a pasear por el campo, tomaba apuntes de esa realidad y a la vuelta, en su estudio, componía una imagen manipulada mezcla de lo visto y de las licencias artísticas que le permitían crear algo armónico.
Sabéis que esa idea me cautiva.
Los paisajistas más destacados fueron Jan van Goyen (1596–1656), Salomon van Ruysdael (1602–1670), Pieter de Molyn (1595–1661) y Simon de Vlieger (1601–1653).
Jacob Van Ruysdael pintó en 1670 su célebre Molino de Wijk, que hoy se considera casi como el emblema de Holanda. El artista ajustó la elevación y la apariencia real del cilindro de la torre para potenciar su fuerza expresiva. La luz, de nuevo, y el ambiente mágico de la tormenta resaltan el dramatismo de la escena.
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En el Castillo de Bentheim Castle (1653) podemos disfrutar de una gran composición, la iluminación de la escena y las nubes.
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En Paisaje de invierno (1670) el árbol en primer plano proporciona profundidad a la escena así como los oscuros nubarrones del fondo.
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En la mayoría de sus obras el horizonte se puede encontrar en el tercio superior o en el tercio inferior, y los sujetos de la escena los coloca en puntos clave de la Regla de los Tercios.
Quiero destacar el uso de las líneas diagonales en los tercios inferiores. En el primer caso conduce al barquito, en el segundo a un claro del bosque y el tercero invita a recorrer el pueblo.
También podemos observar que para aportar tridimensionalidad a sus obras utiliza iluminaciones laterales.